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Ex aequo

versão impressa ISSN 0874-5560

Ex aequo  no.48 Lisboa dez. 2023

https://doi.org/10.22355/exaequo.2023.48.10 

Estudos e Ensaios

La amistad masculina y la fratría. Una mirada histórica al origen de la Modernidad

Amizade masculina e fraternidade. Um olhar histórico sobre a origem da Modernidade

Male Friendship and Fraternity. An historical approach to the origins of Modernity

Fernando Herranz Velázquez* 
http://orcid.org/0000-0002-9835-9323

*Observatorio de las Masculinidades, Universidad Miguel Hernández, 03202 Elche, Alicante, España. Dirección postal: Edificio Torreblanca, Avenida de la Universidad, s/n. 03202 Elche, Alicante, España. Correo electrónico: fherranz@umh.es


Resumen

La amistad entre hombres representa uno de los pilares fundamentales de la fratría y la dominación masculina. Es un “pacto entre caballeros” que sostiene todo un sistema de dominación, unas relaciones de poder y un apoyo fraternal en los actos de violencia patriarcal. Conocedores de esto, en este articulo nos proponemos indagar en el origen de la concepción de este tipo de amistad, volviendo la mirada a la historia y, más concretamente, al origen de la Modernidad: el siglo XVIII. Para ello, analizaremos la moral y la educación que se recibía en la Ilustración por parte de los jóvenes varones sobre los vínculos afectivos y las emociones, elementos clave para comprender el sistema de fratría de la Modernidad.

Palabras clave: Masculinidad; fratría; amistad; emociones; siglo XVIII

Resumo

A amizade entre homens representa um dos pilares fundamentais da fraternidade e da dominação masculina. É um “acordo de cavalheiros” que sustenta todo um sistema de dominação, de relações de poder e apoio fraterno em atos de violência patriarcal. Tendo isto em conta, neste artigo propomo-nos investigar a origem da conceção desse tipo de amizade, voltando o olhar para a história e, mais especificamente, para a origem da Modernidade: o século XVIII. Para tal, analisaremos a moral e a educação recebidas no Iluminismo pelos jovens sobre os vínculos afetivos e as emoções, elementos fundamentais para compreender o sistema de fraternidade da Modernidade.

Palavras-chave: Masculinidade; fraternidade; amizade; emoções; século XVIII

Abstract

Friendship among men is one of the backbones of fraternity and male domination. It is a “gentlemen’s agreement” that maintains a whole system of domination, power relationships and fraternal support regarding patriarchal acts of violence. Taking this into account, this article proposes to investigate the historical origins of this particular kind of friendship, focusing specifically on the dawn of modernity in the eighteenth century. In order to achieve this goal, the author analyses the morality and education that young men received during this period regarding affective bonds and emotions, which are key elements which help us to understanding the modern fraternal system.

Keywords: Masculinity; fraternity; friendship; emotions; eighteenth century

1. Introducción

Los estudios críticos de los hombres y las masculinidades han ido aumentando su importancia científica y social en los últimos tiempos. Prueba de ello es el incremento no solo de las publicaciones y eventos científicos, sino la divulgación y la inquietud social que se puede leer a través de los medios de comunicación y, sobre todo, las diferentes redes sociales, elemento fundamental en la creación de imaginarios y opinión pública en nuestra época. Sin embargo, esto no significa que todo el trabajo esté hecho, ni mucho menos. Seguimos viviendo en un sistema patriarcal de dominación masculina que, además, está reaccionando ante el avance del feminismo y otros movimientos, como el antirracismo o el colectivo LGTBIQ+. Literatura científica sobre este asunto empieza a sobresalir (Cobo 2011; Kimmel 2019; Cabezas y Vega 2022). Sin embargo, solo hace falta estar al corriente de las noticias que ocurren a nuestro alrededor para observar que este movimiento reaccionario no solo es teórico, sino que está presente en nuestra actualidad. El auge de los movimientos neofascistas y neoconservadores de los últimos años lo demuestra. Por ejemplo, a nivel político se puede destacar a Trump en EE. UU., Bolsonaro en Brasil, Meloni en Italia, Vox en España…; pero también hay que tener en cuenta el auge de la manosfera misógina o del movimiento incel (García-Mingo y Díaz 2022). Por ello, es más que necesario seguir trabajando desde lo académico - pero también desde lo social - en el feminismo y en la deconstrucción crítica de las masculinidades con el fin de hacer frente a esta ola contestaria patriarcal.

En este contexto, uno de los puntos donde se tiene que seguir haciendo hincapié es en la gestión emocional que el patriarcado enseña a los varones. Los seres humanos son seres emocionales por naturaleza; sin embargo, no es extraño escuchar expresiones como “los hombres no lloran” o “llorar es de maricas”, por ejemplo. Por otro lado, producto también de la propia socialización masculina, se tiene que poner el foco en la configuración de la amistad varonil y las formas de relacionarse entre iguales que tienen los hombres. Es en esta unión donde centraremos el punto en este trabajo, pues la amistad no deja de ser un vínculo atravesado por todo un sistema de creencias y percepciones afectivas donde las emociones juegan un papel fundamental.

Por todo, el objetivo principal de este estudio será analizar cómo se construye la amistad masculina dentro del paradigma de la Modernidad (siglo XVIII - mediados del s. XX) con el fin de encontrar las fundamentaciones y legitimaciones que han estructurado la fratría de esa época, de la cual somos descendientes directos. Para ello, estudiaremos la estructuración de la sociabilidad y moral ilustrada al considerarla como un elemento clave en la configuración del imaginario colectivo y los estereotipos de género que marcaron la Modernidad (Mosse 2001; Fernández-Llébrez 2004; Herranz 2021). Este trabajo se realizará desde una perspectiva histórica, aunque sin olvidar la necesaria interdisciplinariedad, con el propósito de aumentar el conocimiento crítico que nos ayude a interpretar las relaciones afectivas masculinas actuales, puesto que, aunque vivamos en un período de transición o en un paradigma diferente - la Posmodernidad - muchos de los valores y principios que se siguen transmitiendo están basados en los preceptos ilustrados.

Desde un punto de vista metodológico, las fuentes analizadas corresponden a manuales y tratados de educación, civilidad y cortesía del siglo XVIII publicados en la Monarquía Hispánica, algunos de los cuales son traducciones de obras extranjeras, que pueden considerarse como obras originales del propio traductor, aunque progresivamente se va extendiendo la idea de fidelidad con el autor original (Lafarga y Pegenaute 2004). Cuantitativamente, estas publicaciones conocen un significativo aumento en el siglo ilustrado, por lo que se ha decidido acudir a métodos cualitativos, atendiendo a criterios de difusión y contenidos. Entre ellas podemos destacar las obras del marqués de Caraccioli, uno de los autores más prolíferos y con mayor difusión en España gracias al trabajo de traducción de Francisco Mariano Nipho, Caracteres o señales de la amistad (1780) y Última despedida de la Mariscala a sus hijos (1789); Jean-Baptiste Morvan de Bellegarde y su Arte de conocer a los hombres y máximas para la sociedad civil (1710), el Discurso del hombre civil y del amigo fiel (1775), de Juan Borrás y Grisola; o el Noble bien educado…, de Antonio Vila y Camps (1776). Todos estos documentos se encuentran en la Biblioteca Nacional de España, estando la inmensa mayoría de ellos digitalizados.

2. Las emociones y los sentimientos en la masculinidad de la Modernidad

A pesar de la existencia en el imaginario colectivo de afirmaciones que niegan la existencia de emociones en los hombres, la realidad es que, como seres humanos, todas las personas - salvo casos muy concretos - son animales emocionales. Por lo tanto, cuando se afirma que los varones no tienen emociones se cae en un error. Lo que ocurre es que el patriarcado ha conseguido categorizar y controlar la expresión de estas. Mientras que la existencia de las emociones es algo propio de la naturaleza humana, su expresión, gestión e interpretación son aspectos aprehendidos (Morton 2002), lo que demuestra, por un lado, que “las emociones no son algo abstracto ni independientes de su manifestación” (Tausiet y Amelang 2009, 17); y, por otro, que son construcciones que se pueden redefinir, al ser elementos culturales y mutables dependiendo del lugar y del momento histórico (Pascua 2014).

El esquema emocional de la cultura occidental está basado en la dicotomía que rige toda la concepción de la realidad y, por lo tanto, las clasifica en buenas-malas o, en los términos históricos usados en la Edad Moderna, virtudes-pasiones. En esta última categorización la influencia del pensamiento cristiano y católico es palpable. Las pasiones eran entendidas como agitaciones o accidentes del alma. Con estos términos se hacía referencia a aquellas emociones que eran consideradas como negativas y se concebían como desajustes que se producen en el interior del cuerpo, que eran causados por factores externos y que afectaban tanto al ánimo como la razón. Se trataban como enfermedades a erradicar (Díaz 2018). Esta concepción se ve perfectamente resumida en la frase de Morvan de Bellegarde (1710, 8): “las pasiones nacen de golpe en el alma y su primer efecto es apagar en ella la luz de la razón”. Por otro lado, las denominadas “virtudes” tampoco se ajustaban a la concepción actual de emoción. Eran concebidas como herramientas para frenar la incontinencia de las pasiones y, por lo tanto, estaban gestionadas y atravesadas por la razón. Esa diferenciación entre “buenas” y “malas” emociones será fundamental en el desarrollo de aspectos tan cruciales como las concepciones del amor y de la amistad.

Esta dicotomía pasión-virtud - emocionalidad vs. racionalidad - es producto de la herencia teológica agustiniana, que veía en el control y en el manejo de las emociones la mejor aplicación para alcanzar el desarrollo pleno de las personas, sin perder de vista su importancia y asumiendo la esencia natural de las mismas (Bouwsma 1990; Pascua 2014). A este legado, en el siglo XVIII, se le otorga una estructuración basada en un planteamiento laico que reemplaza, progresivamente, la concepción puramente religiosa. Esto no supone la aparición de una percepción cognitiva y aprehendida de la expresión y gestión emocional, sino que se mantiene, bajo una nueva apariencia, una concepción biológica, ya que siguen siendo concebidas como un estado mental pasivo. Esta idea se mantuvo durante gran parte de la Modernidad, siendo adaptada por planteamientos como el darwinismo social (Rowold 2014; Salvucci 2016) o la «sociobiología vulgar» (Sahlins 1982).

Esta importancia responde a la propia necesidad de catalogación y estructuración de le diferenciación de género que se establece en el siglo XVIII. El juego emocional es parte importante en el desarrollo de las características identitarias de la masculinidad y la feminidad normativa que han regido la Modernidad. Como se mencionaba, una de las capas más visibles del edificio ideológico e identitario de la masculinidad hegemónica (Connell 2003; Connell y Messerschmidt 2005) ha sido la teórica ausencia de emociones; mientras que, por el contrario, la feminidad ha sido catalogada como una identidad puramente emocional o natural, alejada de los preceptos de la razón y el control. En estas construcciones culturales, la educación - tanto la socialización como la instrucción - y la moral ilustrada ha sido un elemento crucial en su desarrollo.

La educación que, al menos desde el siglo XVIII, recibieron tanto los niños como los jóvenes estaba destinada a la domesticación de esta parte emocional; una tarea que requería un esfuerzo de autocontrol y autocensura individual - motivada por la presión social - que ha enmascarado la realidad sentimental del varón para “vender” al resto de la sociedad y, sobre todo, al grupo de iguales - la fratría - una máscara de imperturbabilidad y racionalidad absoluta. Sin embargo, en este proceso no se depuran todas las expresiones emocionales, sino que se estructura un corpus de aquellas que son aceptadas dentro de la masculinidad y que, incluso, la reafirman, como son las relacionadas con la violencia y la virilidad. Esto motiva la estructuración y categorización de una serie de emociones que se han nombrado a lo largo del tiempo como masculinas y otras como femeninas (Azpiazu 2017).

Este entramado que ciñe la expresión emocional masculina se desarrolla en el siglo XVIII como representación misma de la civilidad establecida. La razón, el orden, la religión y el autocontrol eran sinónimos de una correcta construcción del “yo” masculino, como se puede observar en las fuentes de la época. Por ejemplo, el marqués de Caraccioli (1789, 32) escribía: “Quitad el orden del mundo y lo veréis transformado en un cahos [sic] horroroso; dejad al hombre sin otra guía que sus caprichos y pasiones y no hallaréis ya correspondencia entre su espíritu y su corazón”.

Por mucho que el hombre se haya construido como el sujeto activo de la racionalidad (Herranz, 2020; Ranea 2021a), si no se educa en la moderación sentimental, la estructura orgánica de la mentalidad masculina no se sostiene en pie. En este punto, los teóricos, ilustrados y pedagogos hicieron un especial hincapié: “Nuestro cuerpo tiene sus pasiones y se entrega á ellas con una precipitación casi inevitable. Pero aquí las leyes de la razón y del espíritu: domarle, sugetarle [sic], castigarle” (Vila y Camps 1776, 87). El uso incontrolado de las pasiones y los placeres llevan al vicio y al pecado. Un hombre que se deje llevar por esas emociones nunca podrá alcanzar el desarrollo esperado de un varón en esa sociedad. La máxima que se esgrime en este modelo de autocontrol de la Modernidad es que “el placer es el más temible escollo que debéis temer [ya que] cuando las pasiones nos gobiernan de ningún modo podemos ser felices” (Caraccioli 1789, 89-91). Producto de este escrutinio de las emociones por parte de la razón surge el nuevo paradigma sentimental ilustrado, antecedente más directo del desarrollo de la emocionalidad romántica y misógina del siglo XIX. Esta concepción está basada en la sensibilidad y la expresión amable de algunas emociones - previamente filtradas por la razón - que son entendidas como manifestaciones afectivas espontáneas (Bolufer 2015).

La cuestión, por tanto, reside en la racionalización de las emociones y el (auto)control de la expresión corporal de las mismas. Elementos que, por otro lado, siguen estando presentes en la socialización de los varones actuales, como por ejemplo en la construcción corporal de la masculinidad (Enguix 2013). Este control permite que, en determinados círculos y contextos, se pueda dar una cierta representación emocional en los hombres, normalmente en comunión con la fratría, aunque sin llegar a un desborde irracional, ya que sería interpretado como una muestra de debilidad y, por lo tanto, supondría un resquebrajamiento de la propia masculinidad.

3. La homosociabilidad de la fratría. La amistad entre varones en el origen de la Modernidad

Las dicotomías gobiernan en el pensamiento occidental y, como hemos visto, el sistema emocional que se vive durante toda la Modernidad es producto - en parte - del paradigma ilustrado. En este sentido, la diferenciación entre “buenas” y “malas” emociones, es decir, entre virtudes (sentimientos racionales) y pasiones (emociones irracionales), es fundamental para comprender como se legitiman y se construyen aspectos fundamentales en la dominación masculina: la amistad, la fratría y los “pactos patriarcales”, como los denomina Celia Amorós (1990), es decir, los lazos de apoyo y compañerismo que se dan entre los hombres reconocidos como tales, y que se encuentran establecidos por la fraternidad-terror (Sambade 2022). Por desgracia, es bastante común encontrarnos con estos actos de “solidaridad” entre hombres con el fin de apoyar, legitimar o reforzar comportamientos que van desde la propia performance de la masculinidad hasta abusos de poder de toda índole, como la relación que se da entre hombres, silencio cómplice y prostitución (Ranea 2021b; 2022) o la camaradería ante hechos de violencia sexual y de género.

La amistad entre hombres patriarcales, vinculados entre sí como un elemento de reafirmación de la masculinidad y basada en la lealtad (Cucó 1995) y en la represión de la expresión emocional (Herrera 2020), es un elemento fundamental en el mantenimiento y la reproducción del sistema sexista-machista y, en este sentido, el siglo XVIII puede darnos unas cuantas pistas sobre cómo se construye este elemento. En la época ilustrada, y siguiendo el esquema dicotómico, la expresión afectiva se muestra o bien con la amistad, o bien con el amor. Sin embargo, si bien hoy en día la consideración que se hace de estos elementos es cercana, al menos desde perspectivas críticas y de género (Herrera 2010; Vasallo 2018), en el Siglo de las Luces son completamente opuestos.

La amistad es una de las representaciones afectivas con mejor consideración en la centuria del setecientos. Se la consideraba como un sentimiento guiado por la luz de la razón, armonioso con la naturaleza del varón y eminentemente positivo en la sociabilidad de la época. Es una de las grandes virtudes a cultivar en la educación de un joven varón. Por el contrario, el amor se vinculaba con los desórdenes de las pasiones y la irracionalidad, característica de las otredades. Esta diferenciación se puede apreciar con claridad en los textos de la época. Por ejemplo, el marqués de Caraccioli (1780, 4) decía:

¡Cuánta diferencia hay entre la amistad y el amor! La amistad es madre de los placeres inocentes y el amor origen de las turbaciones y los pesares; el amor no respeta ley alguna y la amistad todas las observa; el amor es fruto del capricho, la amistad fruto de la reflexión; el amor se apaga tan presto como se enciende, la amistad se forma poco a poco y nunca muere.

La amistad se estructura, por lo tanto, como el sentimiento y la representación más pura del alma humana y necesaria para la construcción del “hombre de bien”. En esta centuria se mantiene el ideal aristotélico de que el ser humano “civilizado” es un animal social por naturaleza y, por lo tanto, requiere de la unión con sus semejantes para desarrollarse como individuo, legitimando con esto tanto el desarrollo del grupo de iguales masculino (fratría), como la estructuración de las identidades sociales (Cantó y Moral 2005). Fundamentación que sigue vigente en el paradigma actual, lo que demuestra que su importancia es difícilmente negable en la edificación de la masculinidad.

Con todo, nos gustaría remarcar que la fraternidad y la alianza entre varones no es algo propio ni del siglo XVIII ni de la Modernidad en su conjunto. Esta unión nace como necesaria en el establecimiento del patriarcado (Lerner 1990) y es elemental para su perpetuación (Amorós 1990, 2008). Es un pilar fundamental del edificio ideológico de la masculinidad hegemónica y cimenta la creación del grupo de iguales al que pertenece el varón convertido en hombre y es depositario de su lealtad. Lo que se puede observar - tanto en los periódicos de la Ilustración como en los manuales de moral y educación - es que esta realidad grupal e identitaria, así como los sentimientos que genera, experimenta durante este período un ajuste a la nueva realidad filosófica ilustrada, manteniéndose bajo este marco durante toda la Modernidad.

Esta configuración de la fratría y la amistad entre varones, elevada a la máxima expresión de la emocionalidad masculina, tiene en la lealtad al grupo - y a los valores que este representa - su más importante punto de unión. El “secreto” entre hombres vertebra la confianza y se establece como elemento de cohesión cuando las prácticas de performance masculina se salen de la moralidad aceptada. Está basado en el apoyo mutuo y la defensa de unos intereses comunes. Recurriendo de nuevo al marqués de Caraccioli (1780, 45), nos encontramos con esta cita: “Los verdaderos amigos llevan a la sepultura los secretos que se les fían, y antes se exponen a la muerte que hacer traición a la confianza con alguna acción o mirada”.

El apoyo fraternal, la participación en prácticas sexuadas como masculinas y el secreto -derivado, en ocasiones, de estas prácticas cuando se sitúan fuera de la moral aceptada - son uno de los principales nexos que ayuda a los hombres a diferenciarse frente a la otredad, generando un sentimiento de pertenencia (Amorós, 1990; Ranea 2021a) y, por lo tanto, retroalimentando la identidad social de la masculinidad normativa. Por ello, es de capital importancia en la organización de la fratría como grupo de iguales al que aspira a incorporarse el varón, pues es la célula básica de reconocimiento de su propia masculinidad (Simmel 2014).

No obstante, debemos tener en cuenta el contexto en el que nos estamos moviendo para evitar caer en presentismos. En el siglo XVIII nos encontramos en el Antiguo Régimen, es decir, en una sociedad estamental que marca de manera muy significativa las diferencias socioeconómicas y la construcción de las identidades, tanto personales como colectivas, a través del privilegio por nacimiento. Sin embargo, y a pesar de esta realidad palpable a nivel social, el siglo XVIII también supone el inicio de un gran cambio en este aspecto, produciéndose una extensión de la moral y la civilidad generalizándola por gran parte de los estratos sociales, independiente del estamento y centrada en las características del individuo.

Este cambio se puede observar en elementos como el honor (Guillén 2019) o la cortesía (Guereña 2012; Bolufer 2013). En este último caso, una de las consecuencias que tuvo la expansión del código de conducta normativo fue la popularización de los cánones de comportamiento que, hasta entonces, habían sido patrimonio casi exclusivo de las élites (Duroux 1995). En nuestra opinión, esto favoreció el establecimiento y la normalización de las identidades sociales hegemónicas del género a gran escala al fomentar la homogenización de los roles y los estereotipos que marcan la correcta forma de ser, parecer y vivirse como hombres y como mujeres en la sociedad moderna. Sin embargo, nada en la historia es abrupto, todo tiene sus procesos y tiempos. Por ello, aunque la normatividad del género comienza a ser extensible por toda la sociedad - hecho que marca una gran diferencia con las masculinidades anteriores -, resquebrajando las barreras cerradas de la sociedad del privilegio por nacimiento, las relaciones interpersonales siguen estando fuertemente imbuidas por ellas. Es decir, dentro de la vida social que establece la amistad entre varones las diferencias socioeconómicas y estamentales marcan todavía unas pautas de comportamiento y de interacción entre iguales.

En este contexto de transición entre el modelo tradicional de sociedad estamental y el modelo de la Modernidad - imbuido de un fuerte condicionante de clase - la educación sociofamiliar y moral se centra en instruir sobre el arte de la búsqueda del “buen amigo” ya que, como afirmaba Carlos Gutiérrez de los Ríos (1791, 18), VII conde de Fernán Núñez, “la elección de consejeros es un punto muy esencial en la vida”. Abundan los ejemplos en tratados morales y educativos de la época donde se enseña en la importancia de la amistad y la necesaria unión con el grupo de iguales, presentada normalmente como una de las mayores fuentes de placer sentimental racional y donde se produce la perfecta unión entre la utilidad - concepto ilustrado de gran importancia que ha tenido un gran calado en la construcción de los hombres dentro del capitalismo neoliberal actual -, la emoción y la reflexión (Bolufer 2015). Por poner solo un ejemplo de esto, podemos destacar la obra de Juan Borrás y Grisola titulada Discurso del hombre civil y del amigo fiel (1775) donde, entre sus páginas, encontramos reflexiones tan interesantes como esta:

El carácter de un hombre de bien, que tal ha de ser para ser buen amigo, es ser fiel, pronto y seguro en el servicio a sus amigos, zeloso (sic) por la Religión, delicado y prudente por el honor y lleno de renacimiento por sus obligaciones […] en fin, como la sangre del cuerpo que acude luego à la herida sin esperar que la llamen, ha de ser el amigo del alma verdadero. (167)

Este modelo de amistad está relacionado con todas las virtudes que debe cultivar un varón que se quiera erigir como buen ciudadano - concepción liberal -, buen hombre - masculinidad normativa -, buen cristiano, etc. Aúna todas las dignidades masculinas que marcaron el pensamiento en la Modernidad. También, por supuesto, está relacionada con la elaboración de una red de apoyo y reconocimiento que estructura el núcleo de iguales entre los varones, en un equilibrio entre la preocupación y la amistad con otros hombres, pero sin caer en una externalidad acusada que pueda poner en duda su propia masculinidad, ya sea por el peligro de ser leído en relación con la feminidad o que pueda poner en duda su heterosexualidad.

Esta concepción de la amistad en la fratría es de clave para comprender la construcción de la “homosociabilidad” (Sedgwick 1985) como fuente de legitimación de la masculinidad hegemónica. Este término, que es usado para describir “la preferencia de los varones por mantener vínculos sociales con personas de su mismo sexo, a la vez que implica una ausencia de deseo sexual” (Morales y Bustos 2018, 21), tiene unas connotaciones claramente homófobas y misóginas. El fin de estas relaciones homosociales es el mantenimiento y la reafirmación de todo el sistema de dominación y poder de la masculinidad patriarcal. También, como mencionábamos, refleja la tensión entre el deseo de instaurar vínculos en la fratría a la vez que se reafirma constantemente la heteronormatividad del varón como régimen político, social y sexual (Andrade 2001; Ranea 2021a).

Hasta el momento hemos visto como se construye desde lo social, lo moral y lo educativo la amistad entre varones, pero ¿qué ocurre entre la amistad hombre-mujer? Durante la Modernidad imperó la idea de que este tipo de relaciones no son frecuentes y, en la actualidad, todavía hay una parte del imaginario colectivo que sigue sin entender de primeras que se pueda dar un vínculo afectivo no sexual entre un varón y una mujer. Normalmente, el prejuicio patriarcal marca que si dos personas de géneros opuestos se relacionan de manera íntima y afectiva tiene que haber una parte sexual o, directamente, que si existe ese acercamiento es porque hay alguna intencionalidad sexual por parte del varón, y si no la consigue se entra en la famosa friendzone, término de claro carácter machista que hace referencia a una “pérdida” de virilidad del hombre que ha “fracasado” en su intento de mantener relaciones sexuales con una mujer y que ha sido “relegado” a la categoría de amigo.

Esta interpretación de las relaciones sociales entre sexos opuestos está íntimamente relacionada con la diferenciación de género que se establece al inicio de la Modernidad y que se legitima en la desigualdad sexual histórica. Durante el siglo XVIII, en la estructuración de las identidades sociales y normativas del género se establecen una serie de características - argumentadas según una supuesta biología y, por lo tanto, innatas a los cuerpos sexuados - que tienen tanto la feminidad como la masculinidad.

En el período de la Ilustración se argumenta que, si bien pueden darse este tipo de vínculos, no son recomendables, debido a que las mujeres “rara vez pueden tener pura amistad porque rara vez aman sin pasión” (Caraccioli 1780, 120). Es decir, los vínculos entre diferentes géneros se solían relacionar con aspecto más “amorosos” o con intenciones sexuales y, normalmente, se daban con unas relaciones de poder muy marcadas donde la dominación masculina actuaba. Teniendo en cuenta la concepción ilustrada donde el amor era producto de las pasiones y, por ende, se concebía desde una perspectiva negativa, las relaciones entre hombres y mujeres dentro del plano de la amistad eran una rara avis, siendo patente de nuevo la desigual condición existente entre los dos sexos (Bolufer 2015). Sin embargo, en contadas ocasiones, las mujeres podían “vencer” esa debilidad inherente a su naturaleza, lo que les acercaba a las características del hombre, resultando en la posibilidad de una relación puramente racional alejada de los vicios de las pasiones. No obstante, solían interpretarse como la excepción que confirma la regla.

4. Conclusiones

Dentro de las características que conforman el edificio ideológico e identitario de los hombres patriarcales, la amistad es un elemento crucial. Su existencia refuerza el sistema de la fratría, aunque los pactos patriarcales y la camaradería machista se puede dar sin que exista este elemento, como se puede apreciar en la reacción de una gran cantidad de hombres ante denuncias de violencia de género o sexual. Todo el sistema de poder masculino está fraguado en una homosociabilidad que favorece la reproducción del paradigma dominante. A pesar de que, como hemos visto, no es ninguna novedad de la Modernidad - puesto que su existencia es intrínseca al propio patriarcado - los estándares que han estructurado su desarrollo durante los últimos siglos, y de los cuáles proviene el sistema de valores que sigue imperando en el presente, tienen en la Ilustración uno de sus pilares elementales.

La amistad, sobre todo entre varones, es una de las emociones afectivas más importantes en la concepción ilustrada, y una de las pocas expresiones que está bien vista en la sociabilidad varonil. Se estructura de tal manera que se entiende como la representación más pura del sentimiento humano, alejado de los desórdenes del amor, y solo alcanzable a través de la virtud, la racionalidad y la lógica; es decir, características computables únicamente para los hombres. Según la concepción ilustrada, la verdadera amistad solo es posible entre varones, ya que las mujeres no pueden amar sin pasión, es decir, sin alterar la razón, desviándola hacia el vicio y el desorden. Es muy probable que, basándose en estas concepciones del siglo XVIII, se estructurara el mito, aún persistente en la actualidad, de que la amistad verdadera entre hombres y mujeres no es posible y, si se da, solo puede existir por un interés sexual por parte del varón hacia la mujer.

Por otro lado, la existencia de la amistad, que está basada en el afecto y la empatía, rompe de manera inherente con el mito de que los hombres no tienen sentimientos, lo que demuestra que la realidad pasa por encorsetar la expresión emocional a una serie de elementos que están validados como “masculinos”. Esta concepción de la amistad como representación más pura del alma humana, y solo alcanzable para los varones, asienta las bases de la homosociabilidad como sistema de legitimación de la masculinidad. Este concepto que, como hemos visto, surge en analogía antagónica con la homosexualidad, está cargado de unos componentes misóginos y lgtbifóbicos (sobre todo homofóbicos) de gran calado, a la vez que establece las preferencias de los varones por entablar vínculos afectivo-sociales con otros hombres. Tiene como fin último la reafirmación de todo el sistema de dominación masculina y el ensalzamiento de la heteronormatividad como régimen político, social y sexual. Es decir, los hombres solo se pueden relacionar de manera plena, integra y libre con otros varones con el fin de reafirmar su masculinidad y su poder; sin embargo, esto provoca una tensión entre el deseo de vincularse afectivamente con otros hombres a la vez que se tiene que reafirmar constantemente su heterosexualidad. Por ello, la expresión de un sentimiento afectivo entre hombres suele basarse en elementos de naturaleza violenta, como puñetazos, empujones, gritos, etc., eliminando cualquier expresión de amor, cariño o complicidad íntima que pudiera ser identificado como un “síntoma” de homosexualidad y/o feminidad.

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Recibido: 26 de Febrero de 2023; Aprobado: 10 de Mayo de 2023

Conflicto de intereses

Declaro no tener conflicto de interés de ninguna índole en esta publicación.

Fernando Herranz Velázquez.

Historiador y Doctor en Estudios Interdisciplinares de Género. Máster interuniversitario en Historia e identidad del Mediterráneo Occidental (ss. XV-XIX) por la Universidad de Alicante. Miembro del equipo del Observatorio de las Masculinidades de la Universidad Miguel Hernández de Elche (Alicante) e investigador externo del grupo de investigación en género del Instituto Universitario de Investigación en Estudios de Género (IUIEG).

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